viernes, 2 de diciembre de 2011


De Simón Bolívar a Manuela Sáenz
Manuela:



Llegaste de improviso, como siempre. Sonriente.
Notoria. Dulce. Eras tú. Te miré. Y la noche fue
tuya. Toda. Mis palabras. Mis sonrisas. El
viento que respiré y te enviaba en suspiros. El
tiempo fue cómplice por el tiempo que alargué el
discurso frente al Congreso para verte frente a mí,
sin moverte, quieta, mía…



Utilicé las palabras más suaves y contundentes; sugerí espacios
terrenales con problemas qué resolver mientras mi imaginación te
recorría; los generales que aplaudieron de pie no se imaginaron que
describía la noche del martes que nuestros caballos galoparon al
unísono; que la descripción de oportunidades para superar el
problema de la guerra, era la descripción de tus besos. Que los
recursos que llegarían para la compra de arados y cañones, era la
miel de tus ojos que escondías para guardar mi
figura cansada, como me repetías para
esconder las lágrimas del placer que te
inundaba.



Y después, escuché tu voz. Era la misma. Te
di la mano, y tu piel me recorrió entero. Igual… que los minutos
eternos que detuvieron las mareas, el viento del norte, la rosa de los vientos, el tintineo de las estrellas colgadas en jardines secretos y el arco iris que se vio hasta la media noche. Fuiste todo eso, enfundada en tu uniforme de charreteras doradas, el mismo con el que agredes la torpeza de quienes desconocen cómo se construye la vida. Mañana habrá otra sesión del Congreso. ¿Estarás? 
Simón 





No hay comentarios:

Publicar un comentario